Una levenda

Giorgio Armani apaga 90 velas. Aquí, por primera vez, algunas palabras de quienes han trabajado con él casi toda la vida. Anécdotas, recuerdos y mucha admiración.

- RAFFAELE PANIZZA

OVACIÓN Giorgio Armani junto a una de sus musas, Cate Blanchett en 2019. En página opuesta: ensayos para el evento One Night Only in Beijing, en 2012.

A veces, las mejores cartas de amor son anónimas. “Si los besos pudieran enviarse por escrito, los leeríais con vues tros labios ebrios”, fue lo que le escribió Cyrano de Bergerac a Roxana, escondido detrás de su timidez y su coraza de espadachín. De manera similar –y luego de cumplir 90 años en julio de 2024– bajo un sol que calienta un mundo del que él es también un rayo de inspiración, Giorgio Armani recibe esos besos anónimos, enviados por aquellos que han trabajado a su lado, prácticamente toda una vida.

Besos, pero también algunas bromas: “El señor Armani tiene el corazón y la exuberancia de un adolescente”, me dice, por ejemplo, una señora que conocí en las oficinas de recursos humanos de este emporio, “pero por favor, no escriba usted eso bajo ningún concepto”. Pero las palabras vuelan libres. Alrededor de Armani se teje un sentimiento de admiración y de insuperable respeto, ese respeto bonito que te hace sentir mejor. Casi transformado en gratitud.

También es posible sentir algunos temores. El ritmo de una pasión incansable: “¿Lo peor en el mundo para él? El fin de semana, me temo. Y, en general, el pasar el tiempo sin hacer nada útil”, nos cuenta un colaborador cercano, en la sala de reuniones del número 11 de la sede oficial de la marca ubicada en Via Borgonuovo, en Milán, la casa donde el maestro (algunos así se dirigen a él) dicta y escucha, sube la escalera diseñada por Canonica y crea su mundo bajo el fresco l ’Amore trionfante (Amor triunfante), de Appiani. También envía por Bluetooth todos sus momentos de silencio, indicaciones precisas sobre lo que debe hacerse.