ESTUDIO de FORMAS

Sacar a relucir lo que la ropa suele esconder. Con una prerrogativa rupturista en una industria que se aferra a los viejos cánones estéticos, la diseñadora Karoline Vitto está acaparando titulares y miradas. Y la atención de Dolce & Gabbana.

- LAURA GARCÍA DEL RÍO

Cuando Vitto arrancó su andadura en el mundo de la moda se llevaban las cinturas de avispa y las curvas mayúsculas. Obra y gracia de las Kardashian. Su reality congregaba delante de la pantalla a diez millones y medio de espectadores ávidos de carnaza catódica (en más de un sentido); Kim recogía el primer premio Break the Internet de los Webby Awards -los Oscars de la Red-, compartiendo cartel con el movimiento Black Lives Matter, Lena Dunham y Juego de Tronos; los labiales de Kylie se agotaban en cuestión de minutos; y la estética del clan convertía los waist trainers -esos corsés medievales con la bondad de embutir los orgános vitales en un espacio mínimo a los que ningún médico daría el visto bueno- en un negocio multimillonario. La tiranía de la talla 34 se tambaleaba incluso en las pasarelas a la sombra de un nuevo canon, distinto, pero igual de improbable. Y Brasil, donde la diseñadora nació y creció, era el epítome del culto al cuerpo. Para entonces ya vivía en Londres, donde se había instalado en 2016 para estudiar en la Central Saint Martins antes de matricularse en la Real Academia de Arte, pero bastó un verano en el imperio carioca de la estética para que terminara haciéndose con uno de los infames corsés. Y ese fue el punto de inflexión: lo que para el resto del mundo era una herramienta de opresión, para Vitto se convirtió en alas para encontrar su voz.