A seis años de su muerte, Chavela Vargas nos canta su propia historia en el documental de Catherine Gund y Daresha Kyi.
Chavela Vargas tenía 75 años de edad cuando cantó por primera vez en su escenario de ensueño: se paró en el Palacio de Bellas Artes con su poncho rojinegro, los pies firmes y los brazos bien abiertos, con toda la vida que ni 40 mil litros de alcohol tomado en siete décadas (según sus propias cuentas) le habían podido quitar. Su última presentación en México la dio 18 años después, a los 93, sentada y débil, pero fincada en sus bravuras legendarias: la de haberse adueñado de las canciones que sólo eran cantadas por hombres, la de usar pantalones, la de haber sido amante de Frida Kahlo (y de otras) y la de vivir su lesbianismo en tierra de hombres.
Nadie que la hubiera visto rebosante en ese escenario, con esa carrera tan longeva e inquebrantable, hubiera adivinado que su don principal, de hecho, había sido morir y resucitar varias veces. Lo hizo tras su llegada a México de su natal Costa Rica, para renacer como mexicana; tras cada acto de discriminación hacia su sexualidad; tras cada desamor y tras los 12 años en que sucumbió al alcoholismo y estuvo fuera del escenario. Por fortuna, la documentalista y activista estadounidense Catherine Gund capturó a principios de los 90, y sin saberlo en ese entonces, el inicio de la última resurrección, la más importante de todas.
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