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LADY GAGA, la reina del pop convertida en actriz premiada, ha encontrado por fin su lugar feliz. Ahora nos cuenta cómo logró escapar de sus demonios y llegar a la aceptación radical.

- LOTTE JEFFS

*Top de gasa de Valentino y collar de Tiffany & Co.

Esta es la cuestión: Lady Gaga (Nueva York, 1986) no quiere hablar de sí misma. Lo hará, porque eso es lo que se le ha pedido a lo largo de una carrera de 20 años que abarca la música (13 premios Grammy), el cine (cuatro nominaciones a los Oscar, una victoria), la televisión (cuatro nominaciones a los Emmy), la moda (¡por dónde empezar!) y su propia línea de belleza (Haus Labs). Y responderá a mis preguntas con una vulnerabilidad desarmante y un alto nivel de autorreflexión. Pero admite hacia el final de nuestra tarde juntas en su discográfica en Londres: «No sabes las ganas que he tenido de formularte preguntas durante la entrevista. Es tan poco natural conocer a alguien y no poder preguntarle nada».

Capucha y vestido, ambos de Issey Miyake, y broche de Tiffany & Co.

Y es esto lo que me parece tan sorprendente del encuentro con este icono, la idea, o como ella se refiere a sí misma en un momento dado, el producto que es Lady Gaga en persona. Ante mí hay una mujer menuda con el pelo castaño artísticamente despeinado y poco maquillada, con un vestido vintage de encaje y una chaqueta motera grande de batalla. Es divertida, autocrítica, cálida. No puedo evitar preguntarme qué hechizo es el que la transforma en una artista tan terroríficamente brillante.

Abrigo y 'body', ambos de Dior, top de Valentino y collar y broche, de Tiffany & Co. Capa 'vintage'.

Se está preparando para el lanzamiento de su séptimo álbum de estudio, que los fans (