CASTRO EN ANGOLA. Mural de Fidel Castro y Agostinho Neto en Angola en septiembre de 1987.
La Guerra Fría es historia, al menos de momento, y los bloques comunista y capitalista libran otro tipo de batallas en el continente africano. ¿Qué importa la ideología a la hora de extraer la bauxita de Guinea o el cobalto y el coltán del Congo?
La aventura del Che en la República Democrática del Congo —en sus propias palabras, la historia de un fracaso— o la lucha internacionalista que llevó a las fuerzas de Fidel Castro a Angola o Mozambique parecen cuentos remotos, olvidados entre tantas revoluciones y golpes de Estado. Cuando la URSS inició su irremisible cuesta abajo, el dinero dejó de fluir alegremente y el comunismo, bastante robusto en Sudáfrica (Nelson Mandela llegó a ser miembro del SACP, el Partido Comunista sudafricano), Zimbabue, Namibia, Mozambique, Angola o Guinea-Bisáu, perdió fuelle. Lejos quedaban los años en que la Universidad de Leningrado impartía clases de zulú o en que el egipcio Nasser era agasajado por Jrushchov con la Orden de Lenin, en 1964.
Nueve años antes de ese honor, en 1955, el mismo Nasser había sido uno de los cerebros, con Nehru (India) y Sukarno (Indonesia), de la Conferencia de Bandung, para propiciar, entre los países no alineados, la cooperación económica y cultural afroasiática, guardando las distancias respecto a los dos bloques. Varias naciones africanas estuvieron representadas en esa cita: Egipto, Etiopía, Ghana, Liberia, Libia y Sudán. La experiencia de cada una de ellas es harto significativa.
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