Amsterdam

Antes contaminados, los canales de Ámsterdam vuelven a dar la bienvenida a peces, garzas, nadadores y a la curiosa langosta de canal.

- Adrian Phillips

Renacimiento

No se puede afirmar que conoces un lugar hasta que discutes sobre sus aguas residuales con una ecóloga acuática del sistema de aguas local.

No había pensado mucho sobre lo que sucede bajo Ámsterdam hasta que conocí a Laura Moria en una cafetería cercana a la casa de Ana Frank. Ella estudia los canales de la capital neerlandesa, recolecta muestras, las analiza y hace cualquier otra tarea de la ecología acuática para controlar los microbios en el agua. Hasta hace poco era un trabajo que requería un estómago fuerte. “Los canales apestaban –me dice–. Contenían aguas residuales sin tratar y, si caías en ellos, terminabas en urgencias para recibir una vacuna contra el tétanos”.

Sin embargo, durante la última década se ha trabajado para mejorar la situación. Miles de casas flotantes se conectaron al sistema de drenaje y una embarcación especial patrulla los canales para retirar la basura flotante con una red. Incluso hay un bote dedicado a sacar las más de 15 000 bicicletas que se tiran al agua cada año.

Los resultados son espectaculares, tanto que ahora cerca de 3 000 personas se meten al canal durante el festival Amsterdam City Swim cada septiembre. “Incluso nuestra reina se ha dado un chapuzón”, dice Moira. La flora y fauna también prosperan en el agua más limpia: nenúfares amarillos florecen en verano en las zonas más tranquilas, mientras que las pulgas de agua se alimentan de algas y, a su vez, son devoradas por peces que se abandonaron en los canales. Lucios, anguilas y carpas han regresado junto con las garzas que los acechan. Hay peces gato, mejillones y el favorito de Moria, un caracol con cabeza parecida a un pitufo. Es un festín de vida.