Si recordáramos el primer lugar al que cada uno de nosotros acudió, tras haber pasado muchos días encerrados en nuestros hogares durante la pandemia provocada por la Covid 19, seguro que algunos coincidiríamos en nuestra elección: lugares en los que poder contemplar los árboles, las flores, los pájaros…en definitiva, la naturaleza.
Muchas personas se “echaron a la calle” deseosas de disfrutar del aire libre que les había sido requisado durante tres meses. Los parques, jardines y paseos se convirtieron en los lugares más solicitados en los núcleos urbanos. Parece que este reencuentro entre ciudadanía y ciudad puso de manifiesto la necesidad de contar con espacios urbanos amables, aptos para ser disfrutados tanto individual como colectivamente. Pero, ¿cumplen las ciudades actuales estas características?
El efecto protector de la vegetación se ha perdido casi por completo en las ciudades, donde las zonas verdes quedan relegadas a la periferia y los parques y jardines de la ciudad suponen un porcentaje de la superficie total claramente insuficiente en relación con una población en aumento.
Si nos centramos en el uso de las aguas contenidas en fuentes de las zonas verdes urbanas, encontramos que el mantenimiento realizado para dotarlas de una mínima salubridad y contener la colonización por dípteros hematófagos (mosquitos entre otros) se ha venido realizando mediante el uso de químicos clorados.
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35 AÑOS DE LA DESTRUCCIÓN DE RIAÑO
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ABREGU María González Reyes
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