Los hombres también lloran

Brindamos por los chicos sensibles, complejos y completos, que están construyendo un nuevo concepto de masculinidad.

El otro día, en una reunión familiar, escuché a mi tío, un macho de primera, lamentarse –o tal vez alardear– de lo mucho que había gastado en el casamiento de mi prima. “Lo quería todo y se lo di”, dijo. “Es la fiesta de las mujeres y hay que complacerlas en todo”. Los otros machos que estaban presentes asintieron cómplices y yo me apresuré a buscar sitio en una mesa más sensata.

Desde su más tierna infancia, los varones se han visto obligados a reprimir su yo “femenino” –o, mejor dicho, humano– con tal de no parecer frágiles. En su libro I Don’t Want to Talk About It: Overcoming the Secret Legacy of Male Depression (Scribner, 1998), el psicoterapeuta Terrence Real se refiere a un estudio muy interesante. En él, 204 adultos fueron expuestos ante el mismo bebé llorando, sin embargo cada uno recibió información distinta sobre su sexo. Aquellos que creyeron que era niña, la tacharon de miedosa, mientras que los que lo tomaron por niño, describieron su actitud como colérica. De manera intuitiva, estas diferencias perceptivas impactan de manera directa en el cuidado parental. En palabras del personal encargado del experimento, “parecería razonable asumir que una criatura a la que se le considera asustada reciba más cariño que una que parece enfadada”, pese a que ambas hayan llegado al mundo con una dependencia, expresividad y emociones idénticas, y con el mismo deseo de afecto físico.