Las mil caras de la Luna

El cronista medieval Gervase de Canterbury narró cómo un domingo de 1178 cinco monjes vieron saltar la Luna en pedazos.

- Eva Villaver

La Luna ha ejercido una gran influencia sobre el ser humano desde la Antigüedad, y hoy la conocemos mucho más de cerca.

La descripción del fenómeno, que los monjes juraron cierta por su honor, incluía antorchas llameantes vomitando fuego desde los cuernos de una Luna que latía como una serpiente herida. Desde la perspectiva de un humano europeo y medieval, la visión tuvo que ser realmente aterradora. En el siglo XII creían vivir en un Universo ordenado y en armonía, tal y como estaba descrito por las Sagradas Escrituras, con un Sol hecho de fuego y una Tierra plana, y donde el cambio sólo ocurría en la región sublunar. Pero una noche cualquiera, esa inmutabilidad de los cielos con su Luna perfecta parece saltar por los aires.

En realidad la Luna lleva volando en pedazos desde su formación hace 4,510 millones de años, y los cráteres lunares son la evidencia directa de un fenómeno que hemos tardado siglos en comprender porque primero tuvimos que quitarnos los prejuicios. Sólo hace falta mirar para ver que la superficie de nuestro satélite no es perfecta, aunque así era representada en el arte: impoluta, suave y blanca. Fue apenas con la revolución tecnológica que supuso la invención del telescopio que la concepción de una Luna inmaculada fue borrada de golpe y plumazo. El 30 de noviembre de 1609, Galileo Galilei, al acercarnos con la nueva invención a la superficie de nuestro satélite, registra por primera vez sus depresiones y montañas en forma de copa.