Hola, soy Johnny Cash

Detrás del “hombre de negro”, pocos imaginan los excesos que desbordaron la vida del famoso artista, que arropó en sus canciones las más nobles causas sociales.

- Milagros Socorro

El perfil de los músicos de rock tiene siempre un apartado para las extravagancias y las francas transgresiones. Se considera lo más natural. Nadie espera que una figura de este género vaya a la cama temprano, llame a su madre todos los sábados o beba exclusivamente café y jugo de naranja. En cambio, los representantes de los géneros tradicionales, los más apegados a las comunidades y a la tierra, proyectan una imagen más conservadora y menos atormentada. Es probable que todo esto sea mera evaporación de las convenciones y no necesariamente corresponda con la realidad, pero el caso es que en unos y en otros, resulta clara la insistencia en fabricar estereotipos: los exponentes del rock son estrafalarios, promiscuos y rompedores; los del country, son sentimentales y comedidos en su vida personal.

Sin embargo, si de percepciones estandarizadas se trata, Johnny Cash fue la contradicción absoluta. Quizá por eso se tejió a su alrededor una maraña de mitos que insistía en dibujarlo como el esposo perfecto, el enamorado romántico, el niño asustado incapaz de hacer daño a alguien… La realidad era diferente. El gran músico popular del siglo XX, considerado como uno de los más influyentes de su tiempo, era un ser humano con todas las modulaciones que corresponden a nuestra especie. Este intérprete de enorme talento, calificado por sus colegas como el mejor compositor, se elevó a las esferas más sublimes de la sensibilidad... y también resbaló hacia los sótanos de la conducta.

Himnos en el algodonal