La última vez que Wes Anderson incursionó en la técnica del stop motion, lo hizo con un objetivo que no alcanzó del todo: canalizar a Roald Dahl de forma pura.
Desafortunadamente, y para delicia de sus seguidores, su adaptación cinematográfica de El fantástico Sr. Zorro –uno de los clásicos infantiles del escritor británico– resultó tan andersoniana como lo fueron Rushmore, Los excéntricos Tenenbaum y Viaje a Darjeeling, sin importar que esta vez se tratara de criaturas peludas en pugna con un trío de granjeros. La visión de Dahl acercó de lleno al realizador texa no al elaborado universo de los cinco segundos de rodaje por día (aunque ya había incluido una secuencia en stop motion en su cinta La vida acuática con Steve Zissou), pero los animales parlantes del libro terminaron por habitar esa eterna casa de muñecas que es la mente del cineasta. Se podría decir que el señor Zorro vive al lado de Max Fischer y de M. Gustave.
Quizá sea la maldición de cualquier autor. “Cada que empiezo una nueva película lo único que estoy tratando es hacer algo completamente diferente, irme en otra dirección”, le dijo Anderson recientemente a The Washington Post. “Pero cada vez que termino, las personas se acercan y me dicen: ‘Bueno, en tres segundos supe quién la había hecho’. Nunca repito nada de forma deliberada. Quiero hacer cada película tan diferente como la anterior”.
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