Carla Bruni, una mujer enamorada

Disfrutó trabajando como modelo y es feliz con la música. Ahora, volcada en su marido y sus hijos, nos abre su refugio en exclusiva y nos destapa su corazón.

- Por Olivia de Lamberterie. Realización: Hortense Manga

La felicidad se respira en esta preciosa casa del barrio parisino de Auteuil. Es un halo de alegría sosegada difícil de describir pero que se puede leer en la mirada felina de Carla Bruni (Turín, 1967). En la cocina juega su hija pequeña; muy pronto, cuando vuelva del colegio, se les unirá su hijo, y da la sensación de que la vida y los años pasan sin sobresaltos. La cantante conserva el porte elegante de siempre: piernas infinitas, rostro natural de madona y un vestuario cool aunque informal que no traiciona sus códigos de coquetería. Nos recibe amable en su estudio, un espacio empapelado con fotos de cosas que le gustan, igual que la habitación de una adolescente. Al principio habla con prudencia, como si caminase de puntillas, lo que deja al descubierto la experiencia de una mujer acostumbrada a estar en el punto de mira por motivos no relacionados directamente con ella misma. Poco a poco se va dejando llevar por la conversación, un diálogo desprovisto de fines promocionales y que entablamos sólo por el placer que supone encontrarse con ella. Y entonces, evitando algunos temas con cortesía, mantiene una charla sincera, salpicada de términos formales y algo anticuados. Háblanos de amor, Carla Bruni...

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