LA GRAN EMPERATRIZ

De fuerte personalidad e ideas avanzadas, Europa no estaba preparada para entender a Sissi. Criticada por unos y alabada por otros, fue quien enamoró a primera vista al emperador Francisco José de Austria.

- EUNICE CASTRO ORCHILLÉS

Era 24 de diciembre de 1837 y había una gran actividad en la mansión del duque Maximiliano de Baviera, no sólo porque era Nochebuena, sino porque su esposa, la duquesa Ludovica, estaba dando a luz.

—Es una hermosa niña —anunció una de las parteras.

El hecho de que el natalicio de su hija Elisabeth Amalie Eugenie hubiera ocurrido un día de Nochebuena y en domingo se interpretó como un feliz augurio, pero el descubrimiento de que, además, tenía un dientecito multiplicó el buen presagio.

—¡Oh, Dios, es un ángel de Navidad! —exclamó su madre, dichosa.

A la recién nacida sus padres la llamaron Sissi. La pequeña pertenecía a la Casa Wittelsbach, nacida como duquesa en Baviera y alteza real.

Max tenía caballos “purasangre” y había construido un hipódromo privado. Sissi practicaba equitación y se destacaba más que cualquiera de sus hermanos.

—Se ve que lleva mi sangre —comentaba su padre, con mucho orgullo.

El duque y su esposa criaban a sus hijos con libertad y sin demasiados prejuicios sociales o aristocráticos. Max era un hombre de ideas bastante liberales.

ADOLESCENCIA Y DESTINO

Cuando Sissi cumplió 12 años, su madre la llevó de vacaciones al palacio de Innsbruck, junto con su hermana Elena (Nené), donde les presentaron a su tía, su alteza imperial la archiduquesa Sofía, hermana de Ludovica, y a sus cuatro hijos varones. Francisco José, el mayor, tenía 18 años.

El tiempo pasó. A los 15 años, Sissi se convirtió en una flor espigada. Desde hacía tiempo su madre tenía su atención en su hija mayor Nené, quien recibía clases de baile, lenguas extranjeras, historia y los ceremoniales de la corte.