Entre el homo sovieticus y el homo patiens

El primero encarnaba el ideal del «ser soviético», del comunismo estalinista, hasta el punto de anular su interés personal por el del colectivo y la nación. El segundo era un «español de bien», de resignación cristiana, que seguía los principios franquistas como mandamientos de una religión.

- MARTA ADANA

Describir al «Homosos» [homo sovieticus]! ¡Qué desafío! En muchas decadas, y puede que incluso dentro de siglos, las personas que hayan resuelto este problema serán vistas como académicos excepcionales», así escribía el escritor disidente Aleksandr Zinóviev, después de haber sido expulsado de la Unión Soviética en la década de los ochenta, respecto a un nuevo tipo de ser humano: el homo sovieticus, una «criatura bastante repulsiva» que era el producto final de los esfuerzos del régimen para que la gente de a pie encarnase el ideal del «ser soviético», los ideales del comunismo. Hoy este término, desligado ya de ese adjetivo descalificativo, se usa para comprender la mentalidad de la época.

¿Cómo era este hombre? Historiadores de la escuela de la «subjetividad soviética», como Jochen Hellbeck u Oleg Kharkhordin, afirman que lejos de ser un «vaciamiento del yo», es decir, de la subjetividad propia, la presión del Estado operó en el sentido de reforzar un afán de autoperfeccionamiento personal que venía de lejos y cuyo origen se encuentra en las profundidades de la cultura rusa prerrevolucionaria. Es así tal vez como puede explicarse, en parte, su gran calado social y perduración en el tiempo. Esto, y, lógicamente, el miedo y el temor, ha de ser señalado como disidente. ¿El motivo?

Se supone que este homo sovieticus era el «hombre nuevo» del que han hablado, en unos términos u otros, todos los movimientos emancipatorios que han perseguido la abolición de la sociedad de clases, aunque el concepto no pueda rastrearse en ninguna de las obras de Marx y Engels.