Justo antes de cumplir los 30 sufrí una ruptura sentimental devastadora. Hacer frente al mal trago mientras trabajaba a destajo para poder asumir los gastos de vivir sola en Nueva York me dejaba exhausta. Era incapaz de levantarme de la cama. No sabía ni cómo empezar el día.
Lo único que podía hacer era vivir el presente, y empezar poquito a poco. Mi mente no era siquiera capaz de visualizarme yendo al cuarto de baño a cepillarme los dientes, pero sí que podía verme poniendo el pie derecho en el suelo y luego el izquierdo, y siguiendo el consejo de Oprah, diciéndome a mí misma: (muchas con un paso y «gracias» con el otro. Debo reconocer que al principio no me sentía para nada agradecida.
Pero aquello era lo que me daba fuerzas para llegar al lavabo y luego para salir por la puerta a la calle.
Lo cierto es que dejarme algo de tiempo para hacer Yoga no era lo que más me apetecía. Pero empecé a ir a clase con mis profesores favoritos solo por no llegar a casa y verme sola en un apartamento vacío. Después de meses de vivir la vida paso a paso y de una clase tras otra me di cuenta de que algunas posturas me salían mejor que antes. Empecé a reconocer los rostros de la gente que iba a clase y la saludaba por sus nombres. Mi agradecimiento matutino diario acabó por empezar a salirme del corazón en vez de solo por la boca.
No practicaba Yoga por tratar de superar mi ruptura. Ni para conocer gente nueva. Ni siquiera lo hacía para mejorar las posturas. Todo ello derivaba de mi práctica.
El mero hecho de hacer Yoga -cada respiración, cada paso, y cada clase- me hizo vivir el Yoga. Han pasado ya años de aquello, y los beneficios siguen revelándose, especialmente cuando dejo de buscarlos.
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DESPIERTA A TU MUJER DIVINA
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Cuando las shalas están cerradas, nos quedan lejos, estamos de vacaciones o simplemente el tiempo no nos alcanza, la autopráctica se convierte en nuestra mejor opción. Dar el primer paso muchas veces cuesta; tener el valor de extender la esterilla y ponerse a pensar en qué hacer o cómo hacerlo puede ser muy abrumador.
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El lugar más calmado en el que jamás he estado es en un olivar que se encuentra en Creta. Llegué ya entrada la tarde, con poca ceremonia aparqué mi coche en la cuneta y mg introduje en una catedral natural. Los árboles más jóyénes contaban con apenas 1.500 años de edad; los más viejos alrededor de los 3.000 años. Eran tan anchos como altos y aún daban frutos. Me tumbé en la hierba escuchando el zumbido de los insectos a medida que las sombras se alargaban en el valle. En esta antigua arboleda se sentía la vida con una profunda quietud que contenía, a su vez, una gran vitalidad.
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Cuando te arrodillas, el peso del cuerpo recae sobre las rodillas, las espinillas y el dorso de los pies. Esta posición acerca más el centro de gravedad al suelo que estar de pie, pero lo aleja más que cuando estamos sentados con los isquiones en el suelo. Desde el punto de vista del desarrollo, arrodillarse tanto sentado sobre los talones como erguido) es una importante transición para los bebés, que aprenden así a pasar de estar sentados a ponerse de pie.
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Chennai, India, mayo de 2011. La voz del profesor se esfuma detrás de las dos palabras que acaba de pronunciar. Ya no presto atención a lo que dice; mi mente queda vibrando al ritmo de Satvadam y Parinamavadam. Aún hoy ambas me siguen sonando a comienzo.