Historia de la ropa interior, del CORSE al WONDERBRA

No ha habido siglo que haya provocado más cambios en la ropa interior femenina que el siglo XX. Y lo que nos queda.

EL CORPIÑO Y LA COTILLA

En el siglo XIX, antes de que la ropa interior se popularizara entre la burguesía, su uso era casi exclusivo entre la aristocracia y las clases altas. Aunque ha existido desde siempre, las crisis económicas, la carestía y las guerras que habían asolado Europa desde el siglo XVI hicieron que las clases trabajadoras dedicasen sus pocas ropas a lo estrictamente necesario; no en vano, entre las mujeres del campo se popularizó el corpiño, una prenda exterior sin mangas que se ajustaba sobre una camisa de algodón o lino mediante unos cordones delanteros, que les permitía sujetar el pecho y facilitar su labor con telas duraderas, a menudo de lana o cuero.

No tardó en llegar la versión más elegante a las casas señoriales en lo que se vino a conocer como cotilla. Popularizado durante el siglo XVIII, se trataba de un ajustador de seda con finas ballenas interiores de hierro, madera o junco que se ponía directamente sobre el torso o sobre una fina blusa y que se ataba a la cintura.

Si bien ninguna de las dos prendas puede considerarse ropa interior, su uso estaba pensado por y para la sujeción del pecho, ya fuera para trabajar, en el caso de los corpiños, o para lucirse, como en el de las cotillas, y son ambos los antecesores del siempre polémico corsé.

EL CORSÉ