Ostende dio el pistoletazo de salida al Año Ensor, Bruselas avivó la llama y Amberes recibió el testigo el pasado mes de septiembre, con cuatro exposiciones que se prolongarán hasta enero y febrero de 2025. Que Ostende inaugurara el homenaje tiene todo el sentido: fue allí donde Ensor vio la luz el 13 de abril de 1860 y también donde murió, el 19 de noviembre de 1949.
La ciudad portuaria, abrazada por el mar del Norte, fue su primera escuela pictórica. Ensor practicó un cosmopolitismo anímico, pero lo cierto es que se mantuvo fiel a los paisajes de su infancia y apenas se movió de esas coordenadas de playas y viviendas de tejados rojos. Hijo de un ingeniero inglés y una madre belga cuya familia poseía una tienda de antigüedades, el pequeño se asomó a un mundo de fantasía formado por "conchas, encajes, peces raros disecados, libros antiguos, grabados, armas, porcelanas de China...", tal como enumeró en una carta escrita en 1898.
Su ausencia más prolongada, entre 1877 y 1880, lo llevó a la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas. Allí compartió clase con el simbolista Fernand Khnopff.
Pero, mientras que este prosiguió su formación en París, Ensor regresó al nido, y, salvo escapadas puntuales, permaneció en Ostende hasta el final de sus días, soltero, sin hijos ("no tengo hijos, pero la luz es mi hija, una e indivisible"), atendido por su hermana y un par de sirvientes, mimado por su confidente, la entomóloga Mariette Rousseau-Hannon, y acompañado por una cohorte de enmascarados, a veces inquietantes, otras bufonescos, cáusticos, siempre coloristas.
Las máscaras fueron para Ensor una obsesión temprana
Primeras pinceladas
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